"El que tenga oídos, que oiga" y "Leyendas del Mall", extractos de Fantasmas incomprendidos, de Jaime Palacios Chapa
El que tenga oídos, que oiga
Pasaron cuarenta años antes de que alguien le diera una respuesta. Seguramente existían muchas, pero nadie atinaba a encontrarlas.
Aquella mujer que colocaba objetos sobre las tumbas trajo a su mente viejas preguntas que desplazaron a otras nuevas. La curiosidad por saber qué la impulsaba a poner sobre una lápida una jarra de agua; sobre otra, una manzana, un plátano o una revista, una taza de café o una copa de nieve, no fue lo primero que ocupó su mente sino la añeja duda: ¿Cómo sabemos qué quieren los muertos?
La pregunta llegó a sus labios con la naturalidad de los niños al hacer notar lo obvio. La primera vez que asistió a un rito funerario tenía diez años y quiso conocer el motivo de esas prácticas: ¿Cómo supieron que a los muertos les gustan las flores, los cantos o los rezos?
Esa mujer actuaba con tanta familiaridad entre los difuntos, que intuyó en ella una respuesta. La siguió tras las tumbas, viejas y nuevas, decoradas o austeras, limpias o sucias. La vio dejar flores, cigarros, fotografías, dulces, libros, hasta una camisa. Cuando ella terminó sus entregas, él hizo la pregunta casi tan vieja como él mismo.
La mujer le respondió con otra: –¿No los oye?–. Contestó abriendo mucho los ojos y oscilando ligeramente la cabeza.
Gritan, dijo ella. Lo que pasa es que gritan en silencio.
Leyendas del Mall
1. Morir de shopping
Muy a su pesar, Martha abandonó el Mall a las 11:15 am. El cielo estaba oscuro y corría viento de agua.
A las 11:21 am abrió la puerta de su habitación sencilla y arrojó los paquetes sobre la cama doble. Se quitó los zapatos y su mirada se perdió en las maravillosas promesas con las que colores, diseños, imágenes, tipografías y materiales de las cajas, bolsas y etiquetas la seguían seduciendo.
Como la vida de cualquier otra mujer, la de Martha tenía sus momentos. Algunos, como este, podían hacerla olvidar su soltería, su carencia de hijos y la posibilidad de tenerlos pronto. A las 11: 34 am descubrió un mensaje impreso en el interior de la bolsa de Dillard’s que decía: “Tu vida es de este color”. El sobrio y elegante gris de la tradicional cadena departamental… No, en un día alegre no se piensan esas cosas.
11:37 am, Martha decide sabiamente distraerse revisando el resto de sus compras. La atractiva bolsa de American Eagle la atrapó como golosina. Sacó los jeans, cortó las etiquetas y entonces, como si la voz de un geniecillo malévolo la incitase a mirar lo indebido, revisó detenidamente el interior de este segundo empaque. “Ya no eres joven”, estaba impreso dentro de la colorida caja. Nerviosa, vació con prisa las otras bolsas, olvidando trágicamente el deleite de disfrutar lo comprado, con tal de descubrir, de confirmar, de contradecir, de demostrarse que se trataba de un autoengaño, seguramente un producto de esa culpilla que tarde o temprano acostumbraba sentir tras un apasionado desenfreno con la cartera. Pero la de maquillajes también le habló con la frase impresa: “Como quiera te vas a morir”; la de Victoria’s Secret le hizo una ofensa personal que no es prudente recordar; y la última bolsa, decorada con la fotografía de un grupo de personas hermosas, satisfechas y dueñas de la vida, contenía el mensaje: “Para ti, que no eres uno de ellos”.
El lunes a primera hora fue internada en el General Hospital con el más sombrío de los pronósticos.
2. Mall-a suerte
La familia feliz terminó de hacer sus compras. Cuando quisieron regresar, el mundo se había acabado.
Todos se entristecieron mucho y volvieron adentro: la mejor forma de olvidar sería continuar el shopping.
Jaime Palacios Chapa
Monterrey: Anadrio, Universidad Autónoma de Nuevo León
ISBN: 978-607-96275-2-2
pp. 66